Duendes


Hoy a la vuelta del trabajo, con mi maletín lleno de muestras sanguíneas ajenas me he topado con un duende de zapatos verdes.
Estaba alegre, porque hoy no ha importado que el despertador sonara a las 6.15, que el tren estuviera petado, que hiciera frío fuera y mucho calor al entrar.
Antes de oír el despertador ya esperaba entre algodones de ternura a que me llegara la hora de empezar, me despertó un sueño perfecto de esos que te alegran el día por muy torcido que hubiera podido resultar.
Dicen que los duendes no existen, que son cuentos, pero a mi me llaman desde hace algún tiempo, me miran sin decir palabras, pero los entiendo mejor que a los demás.
Algunos llevan zapatos verdes, otros no, pero yo los reconozco por el brillo de sus ojos y su mirada que es una mezcla de travesura y maldad.
Yo tengo mis zapatos verdes para convertirme en duende.
Mi hermano lo descubrió hace un tiempo.
Ya no hay secreto, por eso no los puedo usar.
El duende viajaba en mi mismo tren, se bajó en la misma estación y antes de desaparecer misteriosamente en unas escaleras mecánicas que bajaban a un anden sin destino me miró para decirme que me ponga mis zapatos verdes, que ya es hora de volver. Que hay un mundo de fantasía donde volveré a ser feliz. Me dijo que mi sueño era el preludio, de lo que en un tiempo descubrí. Que he sido elegida de nuevo para volver allí.
Mis zapatos verdes son de invierno, pero el invierno no llega a aterrizar.
Quizás deba esperar para ponérmelos de nuevo, pero ahora se que me han vuelto a invitar, al país de donde vengo, que puedo volver a empezar, ya no están enojados por ser incauta y dejarme vislumbrar.
Será porque saben que mi hermano guardará bien el secreto.
Puedo volver con las hadas y las ninfas, al país donde me quieren de verdad.

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