París

Bella, quizás demasiado bella para apreciarlo en tan sólo tres días.

Grande, desde luego, demasiado grande para verla en tres días.

Pero a pesar del cansancio, de las distancias entre puntos de visita obligados, del frío y del asombro espectacular ante la mayor parte de las cosas, conseguimos ver París.

Estando allí pensé que esperaba más de la ciudad, dos días después de volver, siento que además de la belleza, Paris tiene algo especial que cautiva, sobre todo cuando ya no está.

Montmaitre me enamoró, con la vista del Sacre Coeur desde lo más bajo de la calle espiando cada uno de los movimientos de los Parisimos, pero más que eso, fueron sus calles tortuosas y empinadas, sus calles-escalera, el ambiente de libertad y tranquilidad, de inspiración que se respira en cada esquina.

La Torre Eiffel me persiguió durante tres días, me llamaba desde cualquier esquina de París para que admirara su magnitud y su belleza metálica, de día, pero sobretodo de noche, rompiendo el cielo de la ciudad con su luz inconfundible.

El Sena me caló los huesos, pero sus puentes transpasados una y otra vez hicieron las delicias de mis ojos.

La fachada de la Ópera me dejó con la boca abierta varios segundos,creo que nunca había visto tanta suntuosidad sin que me resulte agobiante.

La travesía nocturna por el Sena desde la Torre Eiffel hasta la isla Cité, pasando por todos los puntos bellos a los que dan cobijo sus riberas, fue, sencillamente, magia.

Notre Dame me decepcionó,pero supongo que esperaba demasiado.

Todo, todo es parte de la magnífica postal ideada para la admiración.

Me impresionaron las dimensiones de las cosas, no hay nada de un tamaño normal, todo es de lo grande, lo enorme, me gustaría que vierais a lo que ellos llaman el Petit Palais...

Me disgustó encontrar todo tan lleno de turistas, le quita mucho encanto, pero supongo que por algo es la ciudad más visitada del mundo...

Todo lo que os pueda decir no vale de nada, si queréis un consejo... visitad PARÍS.