Newton VS Eva

Una manzana calló rozándole la cocorota sin llegar a hacerle daño cuando pasaba despistado bajo el manzano que le saludaba a diario.Pensó en Newton.¡Qué pena que él hubiera inventado la ley de la gravedad!




Pensó también en Eva.¡Qué pena que ella hubiera inventado el pecado!
























































































































































































Sonrió, cogió la manzana grande, brillante que le había arrancado una sonrisa y la metió en su bolsillo, bueno, lo intentó, no cabía, y aunque tenía la otra mano ocupada con el teléfono, calculó la estrategia necesaria para mantener la conversación que le interesaba, abrir la puerta y llevarse la manzana que sería historia de esa noche y desayuno por la mañana.


















En otra ocasión, hubiera abandonado la manzana por no molestarse en colgar y terminar la conversación, o si la manzana le interesara más habría colgado aunque llamar más tarde le saliera más caro.





















Aquel día se propuso hacerlo todo.














































Todo es proponérselo.

























































Dejar los miedos, y no abandonar los tesoros bajo el frío cielo.

Ropa tendida


Ayer mientras tendía mi colada volví a ser pequeña.
Caminé entre la ropa colgada del viejo balcón cuadrado de mi antigua casa, jugando a esconderme de mi misma entre las sábanas, del sol, de mi madre, de mis duendes.
La ropa limpia me descubrió que hueles a eso, a mi niñez, al sol de verano que clareaba las sábanas usadas durante en invierno sobre la hierba fresca en la pradera de aquella casa de campo que nos dejaba Martín.
El jabón neutro y puro que usaban nuestras madres, nuestras abuelas y que ya no existe apenas.
Hueles a felicidad, a rebeldía, a protección, a mimo e ingenuidad.
La fragancia pura de aquellas tardes de ocio, cuando mi piel brillaba tostada bajo un manto de crema también neutra que bailaba en las comisuras de los labios y entre mis dedos.
Eso me hizo ver tu ingenuidad, yo ya no huelo así, tu sí, todavía si.
Todavía eres un ser blanco y frágil a quien es fácil tiznar de gris.
Por eso me da miedo tapar tu frescura con mi manto oscurecido, con mi olor a viejo tapiz.
Por eso me da miedo mancharte y que no tengas el jabón de mamá para lucir de nuevo feliz.

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