Pensó también en Eva.¡Qué pena que ella hubiera inventado el pecado!
Sonrió, cogió la manzana grande, brillante que le había arrancado una sonrisa y la metió en su bolsillo, bueno, lo intentó, no cabía, y aunque tenía la otra mano ocupada con el teléfono, calculó la estrategia necesaria para mantener la conversación que le interesaba, abrir la puerta y llevarse la manzana que sería historia de esa noche y desayuno por la mañana.
En otra ocasión, hubiera abandonado la manzana por no molestarse en colgar y terminar la conversación, o si la manzana le interesara más habría colgado aunque llamar más tarde le saliera más caro.
Aquel día se propuso hacerlo todo.
Todo es proponérselo.
Dejar los miedos, y no abandonar los tesoros bajo el frío cielo.