De islas desiertas con gente

Me gasto el dinero en viajar a ciudades que ya conozco para hacer islas desiertas en parajes con gente.
Las islas desiertas están donde tú quieras ponerlas.
Quiero hacer una isla desierta contigo aunque sea en la ciudad más superpoblada del mundo. Quiero dormir, comer, besarte, darte placer y besos, hacerte reír y darte de comer deseo. Voy a secuestrarte atándote las manos con mis besos y tapándote los ojos con el sueño.
Quiero escribir cartas con destinatario y nunca echarlas al buzón. Prefiero descubrirlas entre mis apuntes cuando el destinatario está conmigo dispuesto a enfrentarse a la ley hereditaria.




















Descubrir las cosas bellas que escribo cuando el cuerpo me pide escribirlas, porque las siento, sentir que las cosas que escribo son bellas porque me salen de dentro.















































Viajar a escondidas para hacernos una foto repetida, nueve meses después y descubrir viendo ambas que no hemos cambiado. Vislumbrar más allá de la foto y saber que los meses han pasado y nosotros podemos volver al mismo lugar con el mismo sentimiento, el de base es el mismo.
Saber al final del viaje, autodisparando la foto que mis impulsos valen de algo, o de mucho.
Saberme rica porque sólo tú y yo tenemos la clave para vernos en las fotos, diferentes, pero iguales.





Papá está cantando

No entiendo a las mujeres. Hay mil cosas interesantes a las que jugar, y más en una playa, en mi playa, pues no, quieren jugar a las casitas... Buf!
Oigo una voz de fondo muy familiar.
Papá está cantando! Se me eriza el vello. Corro hacia la luz, hacia la música. Atravieso el espacio de playa que me separa de él. Es papá! La arena me lo pone difícil. Tengo los zapatos colonizados por arena fría y pesan más de lo normal. Lo consigo, llego al cristal, está empezando la segunda estrofa. Pego la cara, las manos, intento traspasar el cristal, la marquesina que delimita la terraza, esa terraza donde canta muchas veces papá. Quisiera estar al otro lado, pero me quedo muy quieto escuchando, moverme significaría desviar la atención, de todas formas a este lado lo oigo perfectamente, hay micrófono. Lo oigo a pesar de estar tras la marquesina y de espaldas a él. Da igual, ya no me muevo, ya no hay tiempo, sólo quiero escuchar, sigo pegado como sí así fuera a escuchar mejor, el vaho de mi respiración se condensa sobre el cristal y lo veo borroso en cada expiración. Escucho las voces de las niñas que llegan y también se ponen a mirar.
Papá canta en casa, canta siempre, y nunca me canso de escuchar... Pero hoy, además es diferente, hoy hay casi magia en el ambiente, lo está escuchando mucha gente, hoy la voz de papá me paraliza. Me quedo pegado al cristal hasta que terminan las canciones de papá, hoy son pocas.
Papá me ha cantado una nana al otro lado del cristal, de espaldas a mí y él no lo sabe.




















Hace quince días, en el Sadautor, mientas cantaba Paris Joel, su hijo tenía la carita pegada al cristal y miraba embrujado a su padre, se quedó quieto durante las tres canciones que cantó. Su cara era de admiración. Las niñas estaban por detrás suyo, hablando y mirando de vez en cuando al otro lado del cristal. Pero él se quedó muy quieto hasta que terminó. Me pareció muy tierna la escena, tanto, que no he podido quitármela de la cabeza y he escrito esto. Por supuesto tiene mucha fantasía, no se ni tan siquiera como se llama ese niño precioso que miraba fijamente la espalda de su padre, que ni tan siquiera podía verlo. Pero lo he escrito porque hay cosas en la vida, que a veces duran tan sólo un instante y no puedo borrar de mi cabeza hasta que escribo sobre ellas. Espero que te guste Paris.

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