El hada de vestido rosa y antenas luminosas volvió a tener cinco años.
La oscuridad le daba miedo. El manto pastoso de noche que la cubría al irse a la cama la atemorizaba.
Volvió a dormir con la luz encendida de la mesilla de noche.
Llamó entre sollozos al duende de zapatos verdes.
No vino nadie a abrazarla y contarle un cuento para que la música del entroido no se convirtiera en notas de un requiem demasiado tenebroso tocado entre la lluvia de un mes cobarde por vivir treinta días.
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