Ropa tendida


Ayer mientras tendía mi colada volví a ser pequeña.
Caminé entre la ropa colgada del viejo balcón cuadrado de mi antigua casa, jugando a esconderme de mi misma entre las sábanas, del sol, de mi madre, de mis duendes.
La ropa limpia me descubrió que hueles a eso, a mi niñez, al sol de verano que clareaba las sábanas usadas durante en invierno sobre la hierba fresca en la pradera de aquella casa de campo que nos dejaba Martín.
El jabón neutro y puro que usaban nuestras madres, nuestras abuelas y que ya no existe apenas.
Hueles a felicidad, a rebeldía, a protección, a mimo e ingenuidad.
La fragancia pura de aquellas tardes de ocio, cuando mi piel brillaba tostada bajo un manto de crema también neutra que bailaba en las comisuras de los labios y entre mis dedos.
Eso me hizo ver tu ingenuidad, yo ya no huelo así, tu sí, todavía si.
Todavía eres un ser blanco y frágil a quien es fácil tiznar de gris.
Por eso me da miedo tapar tu frescura con mi manto oscurecido, con mi olor a viejo tapiz.
Por eso me da miedo mancharte y que no tengas el jabón de mamá para lucir de nuevo feliz.

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