No era audible, sabía que no podía oírlo, y sin embargo creía sentir en su órgano auditivo el ínfimo chapoteo de la gota de suero que caía con incansable constancia en el pequeño depósito del sistema de goteo que la ataba a aquella bolsa de un litro de suero glucosalino desde su antebrazo al final del árbol de frío metal hospitalario. Estaba en silencio,demasiado silencio,lo había creado ella misma, y el ruido imaginario de las gotas cayendo empezaba a hacerla sentir desequilibrada. Imaginó cuantas veces había canalizado ella una vía en esa misma vena periférica de un brazo sin nombre, a veces sin rostro, dependía de la prisa y del trabajo acumulado. Intentó visualizar la cara de la ultima persona a la que había pinchado con un abocath para conectar su sistema sanguíneo a una bolsa herméticamente cerrada que llenaría su cuerpo de fluidos curativos. No pudo recordarlo, eso, como otras cuestiones de su trabajo era la mayor parte del tiempo rutina. Se sintió mal por ello. Ahora era ella la paciente sin rostro y sin nombre de alguna enfermera agobiada por trabajo, que miraba el reloj y suspiraba intentando organizar sus tareas antes de que terminara el turno.Había cogido un taxi temprano, muy temprano, después de bajarse de un autobus que la traía de muy lejos. Hacía frío y el taxista tenía sueño, quería irse a su casa, terminaba su turno.Recorrió calles de Madrid pensando que ella no habría escogido ese camino, pero no dijo nada.Le dio las buenos días al taxista mientras abría la puerta del coche y sintió una punzada en el corazón y un zumbido en su oído izquierdo.Intentó marcar de nuevo su número de teléfono. Seguía desconectado. Se sintió tremendamente triste, abandonada y sola, muy sola.Sintió tanto miedo que le costó trabajo mantener el equilibrio mientras caminaba hacia la puerta del hospital, Dentro, un guardia de seguridad con cara de haber dormido en un sillón casi toda la noche, la observó con curiosidad, había una luz tenue detrás del mostrador que ocupaba. La puerta se abrió y sintió que el corazón le latía tan fuerte que los golpes le dolían dentro del pecho.El guardia bostezó mientras introducía sus datos en el ordenador y le informaba de la planta a donde debía dirigirse.Después de eso casi no recordaba nada. Había visto niñas con cara de susto al lado de una madre nerviosa pero entera que acariciaba sus manos. Ella estaba sola. Se lo preguntaron varias veces. Le informaron que podrían llamar a alguien si quería. No había nadie a quien llamar.No recordaba en que momento le pusieron el camisón verde de hospital. Se despertó en la camilla alertada por el ruido de esas gotas de suero. El frío del quirófano se le metía por la abertura posterior del camisón.Vio sus ojos reflejados en el cristal de una lámpara apagada. Abiertos, demasiado abiertos, llenos de pavor. Sintió que le temblaban hasta las patas de la camilla, quiso huir, volar y dejar pasar. No pudo.El anestesista se presentó con trato amable, la hizo sonreír forzadamente, lo que provocó que le dolieran las encías de soledad.Empezó a contar hacia atrás, conocía el procedimiento, el anestesista la miró casi asustado, como si pensara que le había leído el pensamiento, sus ojos la atravesaron mientras decía en alto: 97, 96, 95. Los cristales de las gafas le impidieron ver los ojos de su verdugo, se detuvo en la cuenta atrás. Él sólo dijo: "continúa , ibas bien". Volvió a comenzar desde 100, no recordaba en que número se había quedado. Tenía miedo a la anestesia, no le sentaba bien.El oxígeno inundó sus pulmones en una concentración excesiva que la llenaba de desesperación. Quiso zafarse de la mascarilla entre el 70 y el 69, no lo consiguió.
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1 comentarios:
Hola...estve fuera un tiempo...y digamos q tuve mucho espacio para pensar, llegue y me reenconre co algunos de tus escritos...extraño sentimientos...pero revitalizadres
Cuidate
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